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La reconversión, otra vez

Hace ya muchos años, me tocó vivir la primera gran reconversión industrial de nuestro país. A principios de los ochenta del siglo pasado, pasé de ser abogado laboralista a Secretario General de la UGT en el País Vasco.

Hace ya muchos años, me tocó vivir la primera gran reconversión industrial de nuestro país. A principios de los ochenta del siglo pasado, pasé de ser abogado laboralista a Secretario General de la UGT en el País Vasco.

Habíamos comenzado las primeras protestas sindicales contra la llamada “Reconversión Industrial” que cerraba Astilleros y Acerías y reducía la capacidad productiva de unas industrias metalúrgicas obsoletas, que competían muy mal con las fábricas semejantes de otros países, lanzados a su desarrollo industrial, con gran voracidad técnica y laboral (Corea, Brasil, India etcétera). De encabezar las manifestaciones contra aquellas reducciones drásticas de plantilla y cierres industriales, me tocó pasar a representar al Gobierno de España como Delegado en el País Vasco cuando el PSOE ganó las elecciones de 1982. Aquel gobierno de Felipe González, (Boyer, Solchaga, etcétera), lideró la gran reconversión de la industria española y la gran modernización de su economía. No fue fácil. A veces, mirando al Bilbao del siglo XXI me pregunto si alguien recuerda que esta ciudad es hoy un modelo en el mundo de transformación urbana precisamente porque antes hicimos aquella reconversión de su industria achatarrada y de su viejo puerto urbano.

Viene todo esto a cuento de la Reconversión de la Construcción de viviendas que, curiosamente, España no ha abordado a pesar de ser algo habitual en otros países de Europa. He vivido los últimos 10 años en Bruselas y he viajado a Francia desde que era muy joven. Creía que nuestras viviendas eran más sólidas, mejor terminadas, más manualmente trabajadas. Quizás fuera así, pero me pregunto a qué coste. Quizás empleamos más mano de obra, pero, ¿en qué condiciones? Viajé este pasado mes de junio de Bruselas a Barcelona en coche y paré en Lyon. Al lado del hotel donde me hospedé estaban construyendo un nuevo edificio. Me fijé en que las fachadas eran colocadas con una gran grúa que se limitaba a colocar grandes paneles de prefabricados con sus huecos preparados para el montaje posterior de las ventanas. Pensé que este tipo de construcción no se veía todavía en España.

Expreso estás líneas en este libro blanco porque creo en esta renovación técnica, en esta reconversión de la construcción de nuestro país hacia la construcción industrializada y de paso, claro, hacia la sostenibilidad de este importante sector económico en nuestro país.

Importante no solo por la dimensión cuantitativa, es decir, por su impacto en el empleo y en el PIB del país, sino especialmente porque la vivienda se ha convertido en un elemento nuclear de nuestra política social y es objeto hoy de un debate inaplazable sobre un Derecho cuya concreción y materialización, depende también de los precios de construcción, además, claro está, de las políticas para su promoción.

Hasta qué punto esta reconversión hará más fácil, más rápida y más barata la construcción, es algo que no puedo calcular, aunque presumo que así será. Y eso será bueno para incorporar a nuestro debate social, esta variable técnica, cuando un Ayuntamiento a una Comunidad planifiquen la construcción de vivienda social o cuando los promotores prevean soluciones constructivas a demandas sociales inaplazables, como son la vivienda de alquiler barato o las residencias de mayores o tantas otras que están en nuestra agenda social pendientes de propuestas políticas todavía no suficientemente concretadas.

Pienso por ejemplo en la necesidad de viviendas para que nuestros jóvenes se emancipen de sus familias mucho antes de lo que lo hacen. Una de las anomalías de nuestro país respecto a Europa es que nuestros jóvenes abandonan el hogar familiar aproximadamente ocho años más tarde que en la mayoría de los países de Europa. Por supuesto, el problema es multidisciplinar y la alta tasa de paro juvenil es una de las razones de este afincamiento forzoso de nuestros jóvenes en el hogar familiar. Pero muchos estudiantes y muchas parejas jóvenes vivirían independientes si el mercado y las políticas públicas de vivienda les ofrecieran “soluciones habitacionales” adecuadas (fue un error que el país despreciara esta idea cuando se habló de superficies reducidas) y precios acordes a bajos ingresos.

Hay otras variables y otras ventajas en la construcción industrializada que los expertos explicarán mejor, pero sin duda estamos hablando además de un salto gigantesco en materia de sostenibilidad medioambiental. La producción industrializada, en fábrica, de la mayor parte de los componentes de la construcción civil, reduce los enormes impactos ambientales de la construcción en obra. Entre otras muchas razones, porque la propia producción en serie, y en fábrica, está ya sometida a controles de impacto muy severos.

El avance de la sostenibilidad se producirá también en el ámbito financiero porque las exigencias de la taxonomía sostenible en las finanzas se están haciendo cada día más rigurosa en Europa. Bancos y Fondos Financieros miran con lupa el destino de sus préstamos y de sus inversiones y la construcción industrializada les da una garantía medioambiental plena.

A principios de este siglo, el concepto de Responsabilidad Social de las empresas entró con fuerza en España. Fui uno de los promotores de esta otra reconversión. Esta vez, reconversión cultural y conceptual del sentido último de las empresas en nuestra sociedad. Es una renovación también ontológica, que afecta al ser de la empresa, a su función social, a su rol en una sociedad distinta, transformada por múltiples factores ideológicos, sociológicos, económicos, que responden a su vez a los grandes cambios que estamos viviendo en este siglo. Cambios tecnológicos y geopolíticos, cambios culturales y sociales que convierten a las empresas en agentes responsables de sus impactos, de su forma de hacer y de ser ante una sociedad que las mira, que las compara, que las exige y que las valora otorgándoles o negándoles una reputación corporativa, esencial en sus relaciones con los mercados, con los entornos institucionales y con sus analistas financieros. Esencial incluso, en sus relaciones con sus propios accionistas.

Esta renovación cultural y social de las empresas ha venido para quedarse. En los últimos veinte años no ha parado de crecer, de evolucionar, de desarrollar nuevas estructuras de gestión y de investigación. Las exigencias de las Administraciones Públicas han avanzado mucho, especialmente en el ámbito de la información y de la rendición de cuentas (accountability) a la sociedad. Pues bien, quiero creer que la construcción industrializada incorpora a este concepto, a esta cultura de la Responsabilidad Social, a un sector que ha vivido esta evolución, social y cultural, con enorme distancia. Quizás porque su integración en esta línea de comportamiento responsable resultara más difícil o quizá porque se trataba de estructuras empresariales más volátiles, más efímeras. Lo cierto es que el sector de la construcción no es ni pionero ni ejemplar en el área de la Responsabilidad Social, salvando excepciones que seguramente no merecerán esta generalización. Por eso creo que, al hablar de industrializar la Construcción, estamos hablando también de introducir esta cultura y estas exigencias, a las empresas dedicadas a este importante sector y estamos dando por ello un paso significativo en el avance general de la sostenibilidad empresarial.

Soy de los que creen que los tiempos que vienen, en el contexto de las disrupciones ecológica y digital, van a ser muy exigentes en el campo de la sostenibilidad. De hecho, estos conceptos están ya indisolublemente unidos y la competitividad dependerá directamente de la sostenibilidad. Si, como creo y espero, la construcción industrializada nos permite avanzar en esta cultura, ¡Bienvenida sea! Si esta reconversión es, además de una técnica en la forma de construir nuevos edificios y nuestras obras públicas, preámbulo de calidad, de mejora en las condiciones de trabajo, en la lucha contra el cambio climático y en la solución de problemas sociales tan importantes como el de la vivienda, ojalá que la hagamos pronto y bien.

Ramón Jáuregui,
Presidente de la Fundación Euroamérica

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